Si la obra de todo gran poeta supone la creación de un mundo vívido y real, en la obra de Eguren aparece, además de un mundo real, otro onírico e imaginario. Un acercamiento constante a su poesía, nos revela un trasmundo escondido pero coherente, que se va enriqueciendo a través de sucesivas lecturas. Gradualmente se alcanzan planos superiores de belleza, pues en su poesía existe una trascendencia que va más allá de lo puramente humano. Su poesía desborda en inquietud por mundos extraños y pretéritos y cuando capta la realidad lo hace a través de símbolos. Por su actitud contemplativa, Eguren es un poeta de ensueño sostenido por una fértil imaginación, una extraordinaria habilidad rítmica y una soberana riqueza de vocabulario. Gracias a estos atributos Eguren logró crear una realidad tangible de sus sueños y visiones. Su propósito era sugerir un cosmos paralelo al que nos ofrece la realidad, un universo de más honda y esencial significación. Su poesía fluye con espontaneidad y sabiduría, a todo llega por sortilegio, por maravilla, por magia. Poesía de la soledad donde el poema se convierte en la exaltación y el gozo ante el descubrimiento de la palabra virgen dentro del boscaje de su mente. Eguren era un obstinado solitario, ávido de apresar la intacta belleza del mundo terrenal; se refugiaba en el misterio como en una forma de purificación y con la ingravidez de un ser escapado a su materia, intentaba salvar para la poesía el fuego divino de los dioses. Por eso, su canto solitario se eterniza, alcanzando lo desconocido: Medio siglo y en el límite blanco esperamos la noche.
Ricardo Silva-Santisteban
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