Semblanza de Luis Valle Goicochea, autor de Las canciones de Rinono y Papagil y fundador de la (verdadera) literatura infantil en el Perú.
Era Luis Valle Goicochea un ángel caído del cielo. Totalmente inerme, indefenso, expuesto al mundo arisco, despiadado y cruel de cada día.
Ante el cual batirse con toda la ingenuidad y la bondad herida que a él lo aprisionaba, era una batalla anteladamente perdida.
Era un ángel doblegado, pero no réprobo. Porque no todos los ángeles con algo de extravío son quienes entraron en rebelión con el padre y se hicieron protervos, sino que la mayoría de poetas son ángeles desterrados y desguarnecidos.
Pero este era un ángel despeñado, aunque conmovedoramente bueno. No es que pretendiera el trono y fuera castigado haciéndose execrable y siniestro.
En él ocurría lo contrario: a todo renunciaba. Y bebió el cáliz de la dulzura hasta probar su gota más fatal y amarga.
Ángel calmo, apacible y desvalido; habitando el horror del mundo ante el cual no tenía ningún escudo ni adarme con qué defenderse.
Una “rara avis” entre los seres humanos. Un ser signado con un estigma en la frente y en el alma, en quien hicieron mella todos los dardos, lanzas y espadas, sin que hubiera rodela o broquel tras el cual pudiera guarecerse.