3 de marzo de 2014

Jorge Pimentel recuerda a Juan Gonzalo Rose

Nota publicada bajo el título «Juan Gonzalo y yo: entre el solsticio y el rayo de la orquídea» en Ideele Revista, Nº 155, junio de 2003.

Juan Gonzalo Rose

La mañana del 15 de marzo de 1983, un gran ventanal del piso trece del Hospital del Empleado era todo lo que en la vida nos resumía, a mí y a mi madre. El cielo limeño nos dibujaba como a personajes de una película de Buñuel, colocados en un abismo. Toda esa zona de Jesús María, con enfermos y funerarias y mercachifles, era para vomi­tar, equivocarse, trastabillar, enojarse o, definitivamente, bajar los brazos y abrir la boca para desencadenar una sola palabra: hemos perdido.

***

Ascensores repletos, pasillos repletos, angustia total. Uno quiere ayudar a todo el mundo. Sanar a todo el mundo. Pero uno quiere ser fuerte y no caerse. Pero uno, como el tango, "uno, lleno de esperanzas", tiene ya treinta y tantos, y no la ve. Y sigue con el gobierno que se merece.

Con esas palabras me alejé del Hospital del Empleado. Afuera, ya en la calle, me esperaba mi amigo Alberto Escalante. Diseñador gráfico y un todoterreno. Había abierto el capó de su carro, un Peugeot arrancado de una película con Jean Gabin, que habíamos apodado "el Micky Mouse". Había acondicionado el motor, lo ponía a punto, porque teníamos que ir a la imprenta donde se estaba por imprimir mi libro Palomino. Y había urgencia. Quería que sea una sorpresa para mi madre.

Además teníamos que ir a Chosica, a tomar unas fotos con el Chino Domínguez, para un dossier que acompañaría los poemas. Entonces vida y muerte se daban la mano. En Chosica encontré una cantinita que llamé Palomino, llena de chancays y portolas, de cilindros de kerosene y de cerveza. Cerca de la línea de los trenes. Allí escribí 102 poemas. Todos los días iba y venía de Chosica. Quería que mi madre viera mi libro, lleno de gatos negros, lleno de trenes mohosos, detenidos, deshabitados y lluviosos. "¡Acá hay brujería!", gritó el Chino Domínguez, y rápidamente lanzó sus dados africanos sobre el puente colgante de Chosica. Y ya tenía mis doce fotos, que integrarían mi libro Palomino.

De pronto grité: "¡Enfermera, tráigame una cinta scotch!", y pegué el afiche del libro y unas fotos del Chino en la pared del cuarto del hospital. Esos eran los días del hospital. Atiborrados de nostalgia, de urgencias, de besos al aire, de arrastrar los pies, de mirar el porqué, y el cómo, no sé qué; de esperar milagros y esperar cogidos de las manos, y sonreír por qué un domingo.

5 de febrero de 2014

Xavier Abril: "Prefiero que se me recuerde por mi inconformidad"

Entrevista realizada por Eduardo Espina* en Montevideo, ciudad donde Xavier Abril, que para ese entonces ya tenía 82 años, se había establecido desde la década del cincuenta. El autor de Difícil trabajo habla sobre su amistad con Vallejo, la literatura "comprometida" y el marxismo; también emite severos juicios sobre escritores latinoamericanos como Pablo Neruda, Octavio Paz y Mario Benedetti; finalmente, explica algunos aspectos de su poética y su obra crítica.

Xavier Abril

(...)

Comenzaste a escribir muy joven, siendo todavía un adolescente con unos poemas que hoy leídos en la distancia resultan verdadero anticipo del surrealismo, en cuanto la fecha es 1921. Pero quiero que me cuentes un poco de tus comienzos en el mundo intelectual de la época.
Mi relación con el mundo literario de ese entonces comienza en 1923, con colaboraciones en las revistas Mundial y Variedades, que algún peruano quizás recuerde. Después colaboré literariamente en la Revista de Vanguardia. Mi primera etapa fue en Lima. Claro está que por aquellos años conocía a Vallejo, que fue algo sensacional.

Déjame hacer números. Si mal no cuento, tu relación de amistad con Vallejo comienza cuando tenías 17 años y él 30...
Sí, Vallejo era del 92 y yo soy del 5. Lo conocí en el 22 y nos vimos varias veces pasajeramente en Lima, pero nuestra amistad se afirmó en Madrid en 1926, cuando yo fui por primera vez a Europa.

¿Cómo fue el primer encuentro?
Vallejo fue una noche a mi casa a ver a mi hermano Pablo, de la misma edad de él y con quien había estudiado en la Facultad de Letras. Mi hermano no estaba y Vallejo me dijo: "entonces vamos nosotros a dar una vuelta". La vuelta duró hasta las cinco de la madrugada. No puedo recordar todos los detalles del primer encuentro, pues la época es lejana y mi memoria ya no funciona tan bien, pero recuerdo que fue un encuentro de admiración y de asombro. Esa fue una aventura increíble. Pero como te decía, nuestra gran amistad comenzó en Madrid, pues yo ya colaboraba en Amauta y la nuestra era una amistad literaria, mucho más que antes.

22 de noviembre de 2013

Danilo Sánchez Lihón: Un ángel caído del cielo

Semblanza de Luis Valle Goicochea, autor de Las canciones de Rinono y Papagil y fundador de la (verdadera) literatura infantil en el Perú.

Vallecito con los hábitos franciscanos
1.

Era Luis Valle Goicochea un ángel caído del cielo. Totalmente inerme, indefenso, expuesto al mundo arisco, despiadado y cruel de cada día.

Ante el cual batirse con toda la ingenuidad y la bondad herida que a él lo aprisionaba, era una batalla anteladamente perdida.

Era un ángel doblegado, pero no réprobo. Porque no todos los ángeles con algo de extravío son quienes entraron en rebelión con el padre y se hicieron protervos, sino que la mayoría de poetas son ángeles desterrados y desguarnecidos.

Pero este era un ángel despeñado, aunque conmovedoramente bueno. No es que pretendiera el trono y fuera castigado haciéndose execrable y siniestro.

En él ocurría lo contrario: a todo renunciaba. Y bebió el cáliz de la dulzura hasta probar su gota más fatal y amarga.

Ángel calmo, apacible y desvalido; habitando el horror del mundo ante el cual no tenía ningún escudo ni adarme con qué defenderse.

Una “rara avis” entre los seres humanos. Un ser signado con un estigma en la frente y en el alma, en quien hicieron mella todos los dardos, lanzas y espadas, sin que hubiera rodela o broquel tras el cual pudiera guarecerse.