8 de octubre de 2012

Samuel Beckett: Molloy (fragmento)


Aquella mujer me hizo conocer el amor. Creo que respondía al apacible nombre de Ruth, pero no puedo certificarlo. A lo mejor se llamaba Edith. Tenía un agujero entre las piernas, no el agujero de tonel que siempre había imaginado, sino una hendidura, y yo introducía, mejor dicho, ella me introducía mi llamado miembro viril, no sin dificultad, y empujaba y jadeaba hasta eyacular o renunciar a ello o ser invitado a desistir. Una idiotez de juego, creo yo, y además fatigoso a la larga. Pero me prestaba a él de buen talante, sabiendo que aquello era el amor; porque ella me lo había dicho. Se inclinaba por encima del diván, a causa de su reumatismo, y yo le daba por detrás. Era la única posición que podía soportar, a causa de su lumbago. A mí me parecía natural, porque se lo había visto hacer a los perros, y quedé sorprendido cuando me confió que podía hacerse de otro modo. Me pregunto qué quería decir exactamente. Quizás a fin de cuentas me introducía en su recto. Como ustedes podrán suponer, me daba exactamente igual. Pero, en el recto ¿puede hablarse de verdadero amor? Esto es lo que me inquieta. ¿Y si después de todo no hubiera conocido nunca el amor?

Molloy (1951)

2 de octubre de 2012

Fernando Pessoa: Estética de la abdicación

Conformarse es someterse y vencer es conformarse, ser vencido. Por eso, toda victoria es una grosería. Los vencedores pierden siempre todas las cualidades del desaliento ante el presente que les condujeron a la lucha que les dio la victoria. Se quedan satisfechos, y satisfecho sólo puede estar quien se conforma, quien no tiene la mentalidad del vencedor. Sólo vence quien nunca consigue. Sólo es fuerte quien pierde ánimo siempre. Lo mejor y lo más púrpura es abdicar. El imperio supremo es del emperador que abdica de toda vida normal, de los demás hombres, en quien la preocupación de la supremacía no pesa como un fardo de joyas.

Trad. de Ángel Crespo

1 de octubre de 2012

Javier Heraud: hambre

HAMBRE

Me comía los árboles de la avenida,
que los ojos con los hombres ciegos 
                                   querían devorar.

Me comía los balcones, las tablas, 
los patios, las rejas, los jardines, 
que los arquitectos querían devorar.

Me comía las emociones del mundo,
los sentimientos de los libros, 
que los "prácticos" querían devorar.

Me comía los niños, pues ya sabían
que aprendían cosas huecas. Y a 
quienes los maestros querían devorar...

Me comía a los hombres buenos
pues yo sabía que eran pocos
y a quienes los lobos querían devorar.

Me comía a mí mismo. Sí. A mí mismo.
Pues intuía que me querían devorar.

1958