31 de agosto de 2013

Julio Ramón Ribeyro: Prosas Apátridas (1975, 1978, 1986)

PROSAS APÁTRIDAS (1975, 1978, 1986)
Julio Ramón Ribeyro
Prosas Apátridas
NOTA DEL AUTOR

El título de este libro merece una explicación. No se trata, como algunos lo han entendido, de las prosas de un apátrida o de alguien que, sin serlo, se considera como tal. Se trata, en primer término, de textos que no han encontrado sitio en mis libros ya publicados y que erraban entre mis papeles, sin destino ni función precisos. En segundo término, se trata de textos que no se ajustan cabalmente a ningún género, pues no son poemas en prosa, ni páginas de un diario íntimo, ni apuntes destinados a un posterior desarrollo, al menos no los escribí. con esa intención. Es por ambos motivos que los considero «apátridas», pues carecen de un territorio literario propio. Al reunirlos en este volumen he querido salvarlos del aislamiento, dotarlos de un espacio común y permitirles existir gracias a la contigüidad y al número.

29 de agosto de 2013

Carlos Eduardo Zavaleta: La visita de Ginsberg

El autor de Los aprendices recuerda la estadía del poeta Allen Ginsberg en nuestro país. Originalmente publicado en Revista Hueso Húmero Nº 32, Lima, diciembre 1995; y recopilado en: Zavaleta, C. E. (1997). El gozo de las letras: ensayos y artículos, 1956 - 1977. Lima: PUCP. Fondo Editorial.

Allen Ginsberg

La visita de Ginsberg

Barbudo, bajo, de voz gritona y con anteojos humosos, el poeta norteamericano Allen Ginsberg llegó a Lima a mediados de 1960 y despertó algún interés en los círculos intelectuales de la capital, primero, y luego del país.

En su corta visita hizo fácilmente amigos debido a su aire abierto y campechano, a sus costumbres libres y a su afán de mezclarse con el pueblo. Le gustaba recitar sus poemas y los de sus compañeros de la generación "beat" Jack Kerouac, Gregory Corso, Lawrence Ferlinghetti, Gary Snyder o Philip Whalen, quienes desde 1956 habían publicado sus primeros textos en la revista Evergreen, sobre todo en el número especial "San Francisco Scene". Pasar de la conversación a la poesía era casi normal en él, ya estuviéramos en el bar o en una casa familia. Algo había de sincero y de patético (en el sentido griego y castellano) en ese cuerpo frágil, vivaz y eléctrico, que se animaba rápidamente por los versos, el alcohol o la amistad.

Le fascinaban los mercados viejos y decía que al menos una vez al día desayunaba o almorzaba en ellos (le escaseaba el dinero). Además, contaba su admiración por su amigo novelista William Burroughs (autor de Almuerzo desnudo), quien había visitado medio mundo trabajando en toda clase de barcos, como antaño lo hiciera Herman Melville. Ginsberg también empezaba a viajar con muchas esperanzas de conocer países y reunir sus impresiones en un nuevo libro, pues apenas tenía Aullido para enseñarnos. Poco a poco, su extrema sinceridad y su vocabulario libérrimo envolvían a sus oyentes en algo así como una confesión no solicitada por nadie. Exageraba como todo artista y parecía haber vivido en un infierno y que se estuviera desahogando. Y cuando pasaba a recitar su libro, no sentía que él golpeaba físicamente a sus maestros y amigos ("las mejores mentes de mi generación"), que condenaba y golpeaba con valentía a su país, y que golpeaba a su propia madre y a su familia al leer "Kadissh".

28 de agosto de 2013

Corto basado en un cuento de Reynoso

"El Príncipe" pertenece a Cuentos Inmorales (1978), donde también aparece un trabajo de Lombardi, fue dirigido por José Luis Flores Guerra y está basado en el cuento homónimo de Oswaldo Reynoso (Los inocentes, 1961).


26 de agosto de 2013

César Olivares: Oficio y profesión en la Literatura

No son muchos los artistas que viven de su obra. La mayoría las ve negras para poder sobrevivir. César Olivares nos ilustra con humor este lado a veces desconocido de la vida de los escritores. La referencia bibliográfica al final del texto.

Paul Cézanne / The Artist's Father, Reading "L'Événement", 1866

Oficio y profesión en la Literatura

Aún recuerdo la sorpresa de mis alumnos y los incrédulos “¡Oh! ¡Ahhh! ¡Qué va a serr!” que soltaron una mañana en una de mis modestas clases de literatura, y sólo porque descubrieron que Luis Hernández Camarero, uno de nuestros más queridos poetas, concretizó su vocación de servicio en la práctica de la medicina. “¿Qué, profe, no es necesario estudiar literatura o pertenecer a la academia de la lengua para ser escritor?”.

Entonces fui al choque. Mis recelosos discípulos aún concebían a los poetas como seres elegidos por los dioses para comunicar entre los mortales su divina expresión. Es más, estos incipientes lectores de Homero, Sófocles, Víctor Hugo, Vallejo y otros resúmenes, pensaban que las condiciones necesarias que debe poseer todo libro para ser leído, es la irremediable muerte de su autor. “Profe, ¡qué bacán ese libro!... ¿Qué, su autor está vivo? ¡Yaaaa!”.