26 de agosto de 2013

César Olivares: Oficio y profesión en la Literatura

No son muchos los artistas que viven de su obra. La mayoría las ve negras para poder sobrevivir. César Olivares nos ilustra con humor este lado a veces desconocido de la vida de los escritores. La referencia bibliográfica al final del texto.

Paul Cézanne / The Artist's Father, Reading "L'Événement", 1866

Oficio y profesión en la Literatura

Aún recuerdo la sorpresa de mis alumnos y los incrédulos “¡Oh! ¡Ahhh! ¡Qué va a serr!” que soltaron una mañana en una de mis modestas clases de literatura, y sólo porque descubrieron que Luis Hernández Camarero, uno de nuestros más queridos poetas, concretizó su vocación de servicio en la práctica de la medicina. “¿Qué, profe, no es necesario estudiar literatura o pertenecer a la academia de la lengua para ser escritor?”.

Entonces fui al choque. Mis recelosos discípulos aún concebían a los poetas como seres elegidos por los dioses para comunicar entre los mortales su divina expresión. Es más, estos incipientes lectores de Homero, Sófocles, Víctor Hugo, Vallejo y otros resúmenes, pensaban que las condiciones necesarias que debe poseer todo libro para ser leído, es la irremediable muerte de su autor. “Profe, ¡qué bacán ese libro!... ¿Qué, su autor está vivo? ¡Yaaaa!”.

Duro fue batallar contra estos estigmas. En la historia de la literatura han existido muchos escritores que, lejos de ser respetados hombres de letras y pulcros profesionales de cualquier materia, han abrazado mil y un oficios para subsistir. Es más, hay muchos que a duras penas han terminado la secundaria. “¡Yaaaaa, profe!”

Es el caso de Juan Carlos Onetti, sombrío narrador uruguayo que abandonó la escuela en el tercer grado de secundaria y fue portero, mecánico, mozo, revendedor de entradas en el Estadio Centenario de Montevideo, además de vendedor ambulante y esforzado atleta, y todo para ayudar a la vieja y pagarse sus primeros paquetes de cigarrillos. Como se ve, la idea del escritor ermitaño que se retira de la mediocridad urbana para concebir su obra maestra no se da en el caso de Onetti, pues estas actividades que le posibilitaron ganarse la vida, le permitieron también conocer a la mayoría de sus personajes.

Otro grande que tuvo que hacer frente a la dura realidad, fue el inefable y barbado Walt Withman, poeta nacional de los Estados Unidos, que no sólo tuvo que segar hojas de hierba, sino que también las hizo de carpintero, bodeguero y tipógrafo, actividades incluso paralelas a la gesta de su gran obra.

No olvidemos a nuestro Julio Ramón Ribeyro, que tuvo que cargar pesadas bolsas en los mercados parisinos para ganarse los frijoles. Tampoco a Bethoven Medina, poeta de amplia envergadura, que también la sudó en cachuelitos diversos para ganarse el bitute (ahora es agente financiero, actividad paradójicamente más alejada aún de las cálidas letras).

Estimado lector: en esta lacerante realidad económica y cultural, donde hay que inventarse empleos sucesivos para poder sobrevivir, que no nos sorprenda que este panadero, ese mecánico o aquel vendedor ambulante al que usted le tira la puerta en la cara, resulte ser alguno de los poetas más respetados y estudiados por sus hijos en el colegio. De ser así, qué más da. Así es mi rico Perú.

Olivares, César. (2009). Jeremiadas. Columnas, historias, reseñas y otros aljófares. Lima: Ornitorrinco Editores.

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