Del pupitre cayó una lúcuma. Verde oscura brillante como bolita de adorno de árbol de navidad rodó hasta mis pies. Malte, con disimulo, volteó la cabeza. En su mejilla izquierda, apareció un gracioso hoyuelo y con sus ojos grandes me rogó que le soplara la pregunta diez del examen de geografía. Es para ti, susurrando me dijo con su voz ronca de adolescente y clavó su mirada en la lúcuma. Vigilando de reojo al profesor-sotana, giré mi plana de examen sobre el pupitre. Con el lapicero, le indiqué: el río Amarillo queda en China. Malte me sonrió. Por entre sus labios, apareció la punta rosada de su lengua y diligente copió la respuesta. Gracias, me dijo. Cuando ya iba a recoger la luminosa lúcuma, unas impúdicas y enormes sandalias sucias surgieron del gastado piso de madera.
19 de agosto de 2013
16 de agosto de 2013
Manuel Scorza: "Literatura: Primer Territorio Libre de América" [3]
Las paradójicas consecuencias de la incapacidad cultural
La historia es paradójica. El desprecio que por la inteligencia siempre tuvieron las ignaras oligarquías latinoamericanas permitió la liberación de su literatura. Si las oligarquías latinoamericanas hubieran comprendido la importancia capital de la palabra, la palabra no se hubiera liberado. Pero las corrompidas clases gobernantes americanas ejercieron, y ejercerán hasta el fin, un rol parásito: las oligarquías latinoamericanas no producen ni producirán un Tolstói, un Proust, un Henry James, un Flaubert. Y así como abandonaron el Ejército a las clases inferiores (lo que explica las revoluciones militares de la última época), así como abandonaron la Iglesia a las cunas plebeyas, así como abandonaron la Universidad a la clase media emergente, así como abandonaron el comercio a los señores extranjeros, abandonaron igual la literatura a los sectores sociales inferiores de la sociedad americana. Los grandes escritores de América –con excepciones, desde luego– proceden, casi siempre, de las clases inferiores. ¿Quién es Rubén Darío? Un indio chorotego de Nicaragua. César Vallejo, humilde profesor de escuela. Martí, hijo de celador de Penitenciaría. López Velarde, oscuro periodista provinciano. Mariano Azuela, médico de aldea. Eustasio Rivera, funcionario inferior. Argüedas, condenado a vivir entre esclavos indios. Neruda, hijo de ferroviario. Mariátegui, alcanzarrejones de periódico. Y los otros miembros de las pequeñas burguesías pobres que saldrán a (...) en las grandes urbes mundiales: todos vienen (o han pasado) de las profundidades del fracaso, de la miseria, de la humillación, del prejuicio y del desprecio. Todos o casi todos han vivido infancias atroces que ningún éxito absolverá. En su último reportaje concedido a la revista Crisis, Neruda dice:
Yo creo que también tengo ese sentimiento de pobre de nacimiento en los grandes restaurantes, en palacios o embajadas o en grandes hoteles. Me parece que, de repente, van a notar que estoy de más allí y que me van a decir: ¿Qué está usted haciendo aquí? ¿Por qué no se va? Yo siempre he tenido ese sentimiento desagradable de no pertenecer a tal cosa, a tal grupo.
Sentimiento de injusticia y cólera que da su carácter específico a la literatura. De ahí la misión reivindicatoria política, ética del escritor latinoamericano. Sus obras mayores no nacen para sostener la realidad: surgen para demostrarla, para demostrar su injusticia, su atrocidad, su podredumbre irremediable.
El modelo lingüístico lo establecen siempre las clases dominantes. La lengua de los señores es la única lengua. ¿Se concibe a los reyes hablando con los campesinos? "Produciría hilaridad la propuesta de que las clases dominantes inglesas adoptaran el modelo lenguaje de las clases trabajadoras", dicen Nwemeyer y Edmonds. En América Latina ocurre, justamente, lo contrario: el modelo cultural que se impone en la literatura no es el de las clases dominantes, sino el de las clases inferiores en contacto con la compleja riqueza de las nuevas lenguas. Por eso, a medida que el lenguaje de la literatura latinoamericana se hace más rico, el lenguaje de las clases dominantes y de sus lacayos intelectuales se hace más pobre: se pudre.
15 de agosto de 2013
Manuel Scorza: "Literatura: Primer Territorio Libre de América" [2]
En 1502 se establece la censura absoluta
¿Qué quiere la Inquisición? Enumerar sus atrocidades es menos importante que descubrir su sentido. La Inquisición se propone detener el tiempo. Justo en el instante en que el Tiempo occidental se comienza a acelerar España se detiene. Todas sus fuerzas espirituales se consagrarán, se agotarán, en adelante en la demencial empresa de paralizar la historia. Así, una locura se sobre pone a otra locura. En España se aspira a paralizar el tiempo. En América el tiempo se ha vuelto loco.
¿Los indios tienen alma? ¿Son seres humanos o bestias parecidas a los hombres? Por encima del cinismo del encomendero ignaro y bestial, la interrogación es teológica, metafísica. Y la respuesta es el drama al que se enfrentan los sobrevivientes del Apocalipsis de la Conquista. Porque la historia que propone la Historia es insoportable. Si se puede, en última instancia aceptar el despojo absoluto en el tener es imposible aceptar el despojo del ser. Y aceptar esa Historia, la única Historia, es una herida metafísica insoportable: significa la desposesión, la pérdida de la identidad, la locura. Porque los muertos -aunque sean un quinto de la humanidad- son los muertos. "Los muertos se retiran del juego" (Hegel). El drama mayor no es el exterminio físico: es el saqueo metafísico de los sobrevivientes: su locura. Esa locura es el fondo del lecho por donde, en adelante correrá el angustioso río del ser americano.
¿Los indios tienen alma? ¿Son seres humanos o bestias parecidas a los hombres? Por encima del cinismo del encomendero ignaro y bestial, la interrogación es teológica, metafísica. Y la respuesta es el drama al que se enfrentan los sobrevivientes del Apocalipsis de la Conquista. Porque la historia que propone la Historia es insoportable. Si se puede, en última instancia aceptar el despojo absoluto en el tener es imposible aceptar el despojo del ser. Y aceptar esa Historia, la única Historia, es una herida metafísica insoportable: significa la desposesión, la pérdida de la identidad, la locura. Porque los muertos -aunque sean un quinto de la humanidad- son los muertos. "Los muertos se retiran del juego" (Hegel). El drama mayor no es el exterminio físico: es el saqueo metafísico de los sobrevivientes: su locura. Esa locura es el fondo del lecho por donde, en adelante correrá el angustioso río del ser americano.
14 de agosto de 2013
Manuel Scorza: "Literatura: Primer Territorio Libre de América" [1]
El manuscrito fue hallado en la biblioteca de Scorza tiempo después de su muerte. Algunas referencias aparecen, por ejemplo, en entrevistas como esta. Según su familia, el ensayo nunca fue publicado. Más información en La República, la revista Mariátegui, este blog y la Biblioteca Cervantes.
LITERATURA: PRIMER TERRITORIO LIBRE DE AMÉRICA
No se pueden gobernar impunemente. Ni escribir, en América Latina menos que en ninguna parte. Hoy la malicia o la ingenuidad cambian de nombre: ante el drama de cientos de millones de hombres sumidos en la miseria, la desesperación, el abuso, continentes sometidos al estado de sitio, a la barbarie, son cinismo o complicidad. La palabra es demasiado importante. Siempre lo fue. Pero en otras sociedades coronaba o sacralizaba el poder. Hoy es poder. El análisis de J.P. Faye es justo. Los sistemas totalitarios son una manera arbitraria de leer la historia. Hitler asaltaba el poder, instaura el nazismo y provoca la guerra a partir de una lectura arbitraria de la Primera Guerra Mundial. Así funcionan todos los totalitarismos. ¿Qué hay detrás de las infatigables supresiones o modificaciones de las enciclopedias totalitarias?: el deseo de modificar el pasado. Porque la "ocupación de la historia" es fundamental. Los ejércitos pueden conquistar un territorio: hoy sólo los medios de comunicación pueden mantenerlo. El objetivo final de la televisión mundial es la creación de un mundo de esclavos felices.
Las estructuras de poder reposan en la infraestructura de la palabra. Y al revés: sólo la palabra puede corroer estructura de Poder. Ningún cambio, ninguna revolución son posibles sin imaginaciones reductibles a las palabras. Para conquistar el paraíso se requiere imaginar el paraíso.
América Latina -la India, la nueva, la asiática- es consecuencia de una conquista. (La Argentina y el Uruguay son diferentes porque son producto de aluviones de inmigrantes; excepciones). Su constante historia es la dominación. Y el silencio. Las culturas precolombinas no fueron, desde luego, los paraísos de la utopía pero tenían una Palabra, su palabra. La conquista instala el silencio, fractura, destroza el universo imaginativo de pueblos para quienes lo imaginario -léase el Popol Vhu- era la historia. Hay que recorrer, despaciosamente, los deslumbrantes escombros de las mitologías precolombinas, admirar la infinita complejidad de su cerámica o su textilería figurativa o abstractura, evocar su mundo mítico para comprender lo que el silencio de la Conquista significa: la locura.