La historia es paradójica. El desprecio que por la inteligencia siempre tuvieron las ignaras oligarquías latinoamericanas permitió la liberación de su literatura. Si las oligarquías latinoamericanas hubieran comprendido la importancia capital de la palabra, la palabra no se hubiera liberado. Pero las corrompidas clases gobernantes americanas ejercieron, y ejercerán hasta el fin, un rol parásito: las oligarquías latinoamericanas no producen ni producirán un Tolstói, un Proust, un Henry James, un Flaubert. Y así como abandonaron el Ejército a las clases inferiores (lo que explica las revoluciones militares de la última época), así como abandonaron la Iglesia a las cunas plebeyas, así como abandonaron la Universidad a la clase media emergente, así como abandonaron el comercio a los señores extranjeros, abandonaron igual la literatura a los sectores sociales inferiores de la sociedad americana. Los grandes escritores de América –con excepciones, desde luego– proceden, casi siempre, de las clases inferiores. ¿Quién es Rubén Darío? Un indio chorotego de Nicaragua. César Vallejo, humilde profesor de escuela. Martí, hijo de celador de Penitenciaría. López Velarde, oscuro periodista provinciano. Mariano Azuela, médico de aldea. Eustasio Rivera, funcionario inferior. Argüedas, condenado a vivir entre esclavos indios. Neruda, hijo de ferroviario. Mariátegui, alcanzarrejones de periódico. Y los otros miembros de las pequeñas burguesías pobres que saldrán a (...) en las grandes urbes mundiales: todos vienen (o han pasado) de las profundidades del fracaso, de la miseria, de la humillación, del prejuicio y del desprecio. Todos o casi todos han vivido infancias atroces que ningún éxito absolverá. En su último reportaje concedido a la revista Crisis, Neruda dice:
Yo creo que también tengo ese sentimiento de pobre de nacimiento en los grandes restaurantes, en palacios o embajadas o en grandes hoteles. Me parece que, de repente, van a notar que estoy de más allí y que me van a decir: ¿Qué está usted haciendo aquí? ¿Por qué no se va? Yo siempre he tenido ese sentimiento desagradable de no pertenecer a tal cosa, a tal grupo.
Sentimiento de injusticia y cólera que da su carácter específico a la literatura. De ahí la misión reivindicatoria política, ética del escritor latinoamericano. Sus obras mayores no nacen para sostener la realidad: surgen para demostrarla, para demostrar su injusticia, su atrocidad, su podredumbre irremediable.
El modelo lingüístico lo establecen siempre las clases dominantes. La lengua de los señores es la única lengua. ¿Se concibe a los reyes hablando con los campesinos? "Produciría hilaridad la propuesta de que las clases dominantes inglesas adoptaran el modelo lenguaje de las clases trabajadoras", dicen Nwemeyer y Edmonds. En América Latina ocurre, justamente, lo contrario: el modelo cultural que se impone en la literatura no es el de las clases dominantes, sino el de las clases inferiores en contacto con la compleja riqueza de las nuevas lenguas. Por eso, a medida que el lenguaje de la literatura latinoamericana se hace más rico, el lenguaje de las clases dominantes y de sus lacayos intelectuales se hace más pobre: se pudre.
Novela, Plaza Mayor de la Historia
En un continente donde prácticamente nunca ha existido la libertad de expresión, el terreno liberado por la Literatura –sin desearlo– se convierte en la Plaza Mayor del Continente: el único lugar donde puede publicarse la infamia de la realidad: jurisdicción extra a la violencia del sistema.
Con el Facundo de Sarmiento (que al mismo tiempo es un escritor típicamente colonizado), se inicia un movimiento que, sin desearlo, la llevará a convertirse en una Corte Suprema de Justicia Histórica: instancia final donde se juzgan las atrocidades amortajadas por el silencio impuesto por la realidad. Lo que el Poder obliga a callar, lo que el periodismo no puede o no quiere revelar, lo que la política falsifica o tergiversa, encuentra voz en la literatura. Y cuando una causa se pierde en todas las instancias nacionales y es condenada a la desaparición y la amnesia, se puede apelar a otra instancia: la Literatura. Y reabrir el expediente. Se puede aprisionar o ejecutar a todos los escritores de un país, pero es imposible apresar y ejecutar, al mismo tiempo, a todos los escritores del continente y, aunque así fuera, quedarían los libros: apelaciones a la conciencia universal: una literatura que circula en todos los idiomas cultos de la tierra es una instancia extraterritorial fuera del alcance de los excesos de cualquier Poder. Así como los judíos atraviesan las diásporas congregados alrededor de la Biblia, los pueblos latinoamericanos atraviesan las ordalías de su desesperación reunidos alrededor de su Literatura: rol desmesurado y peligroso que no todos sus escritores son capaces de asumir.
Liberación sin Revolución
Hecho sin antecedente: la liberación de la palabra de los pueblos latinoamericanos es una guerra ganada sin la intervención de la revolución política. Porque en casi todas las sociedades donde las clases poseedoras pierden la palabra, su recuperación es producto de una revolución o de la expansión de un imperialismo. ¿La poesía de Maiakovski o el Cuadrado blanco sobre fondo blanco son concebibles sin la revolución rusa? ¿El muralismo sin la revolución mexicana? La literatura latinoamericana: único ejemplo de una liberación que no es consecuencia de una toma de poder político. La literatura norteamericana, quién lo duda, es una literatura rica, poderosa. Pero detrás de ella está el poder de sus fundaciones, sus universidades millonarias, el control del periodismo mundial y, a la larga, el poderío de la Sexta Flota.
Liberación: ¿para qué?
Literatura: Primer Territorio Libre de América. Pero, ¿para qué? ¿En beneficio de quién? La emancipación política se ejecuta en usufructo exclusivo de las oligarquías criollas: no modifica la atrocidad de la estructura social, y muchas veces la empeora. La liberación de la palabra corre los mismos riesgos que afronta cualquier territorio liberado: su explotación por una clase o por otro poder imperial.
No hay una, hay muchas Américas Latinas –india, negra, china, caribeña–. Y dentro de América Latina hay clases sociales. En esas clases se expresan ideologías literarias en lucha. Ignorarlo es una peligrosa ingenuidad. Porque simultáneamente con la liberación se da una disputa por la palabra. ¿Entre quiénes? Entre dos cosmovisiones diferentes de América.
Pero situemos el debate. El esplendor de la novela en Occidente coincide con el apogeo de la burguesía. El clásico análisis de Marx sigue vigente:
"la burguesía ha jugado en la historia un rol eminentemente revolucionario. En todas partes donde ha conquistado el poder ha destruido las relaciones feudales patriarcales, idílicas. Todas las relaciones variadas que inician al hombre feudal a sus superiores naturales, son rotas sin piedad para que no subsista, entre hombre y hombre, otra relación que el interés frío, las duras exigencias del pago al contado. La burguesía ha ahogado los escalofríos sagrados del éxtasis religioso, del entusiasmo caballeresco, de la sentimentalidad pequeño burguesa en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha suprimido la dignidad del individuo transformándolo en simple valor de cambio. Ha sustituido las innumerables libertades tan duramente conquistadas por la única e implacable libertad de comercio. En una palabra, la explotación que ocultaban las ilusiones, religiosas y políticas, han sido sustituidas por una explotación abierta, desvergonzada, directa, brutal. La burguesía ha despojado de su aureola a todas las actividades consideradas hasta entonces con sacrosanto respeto y venerable. Ha transformado al médico, al jurista, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, en asalariados a su servicio."
Peor que eso: el triunfo de la burguesía es el comienzo del fin del espacio. No es un azar que la contabilidad por partida doble —el Debe y el Haber, que serán el comienzo de la deuda infinita— se invente en la República Veneciana, en la aurora del capitalismo. El capitalismo es una redistribución del espacio y del movimiento. Ya nunca más el espacio será infinito ni el movimiento libre. En adelante, el hombre sólo podrá existir en referencia a un punto fijo del espacio. André-Jean Arnaud ha mostrado lúcidamente la imposibilidad de existir en una sociedad burguesa sin respetar las reglas de juego. La paz burguesa obliga al entallamiento, a la instalación definitiva.(8)
A partir de la Revolución Francesa —y de sus ecos coloniales— el hombre está obligado a justificar su existencia desde el nacimiento hasta la muerte. Y más allá. El año 1977 un grupo de importantes pintores franceses organizó la exposición Guillotina y Pintura en honor del pintor Topino-Lebrun, guillotinado en plena Revolución Francesa bajo el cónsul Bonaparte. Tan impresionante como la exposición es saber —gracias al brillante estudio de Alain Jouffroy— que en la Biblioteca du Quai des Orfévres es posible consultar todos los documentos relativos a los condenados a muerte por guillotina... cien años después de su ejecución. Porque las revoluciones pasan pero los archivos quedan.
La burguesía latinoamericana no puede eludir las leyes históricas que la obligan a cancelar el espacio. Y cuando Vallejo enfrenta a doña Bárbara y a Santos Luzardo (es decir, el artificial. conflicto "Civilización y Barbarie"), ¿qué quiere Santos Luzardo? ¡Erigir un cerco! Redoble por Rancas ha demostrado claramente lo que significa un Cerco.
Hasta 1940 la literatura latinoamericana fue 'patriarcal, idílica'. Pero a medida que se modifica la relación de clases en el nuevo contexto impuesto por el imperialismo americano, la pequeña burguesía latinoamericana exige el fin del espacio. Este es el fondo del vano debate entre literatura campesina y literatura urbana, o literatura "pura" y literatura "comprometida". Por eso, inmediatamente después de la liberación de la palabra se inicia la disputa por la palabra: la guerra civil que divide hoy a la literatura latinoamericana. Porque se trata de una disputa de poder que sobrepasa los actores accidentalmente en conflicto. Ningún texto lo muestra mejor que el Diario que el genial José María Arguedas escribe entre su último intento de suicidio y el suicidio (El zorro de arriba y el zorro de abajo). Hay, a lo largo de estas estremecedoras páginas, un conflicto entre Arguedas y Julio Cortázar -que lo había llamado públicamente "novelista provinciano"-. Pero en realidad, en el sentimiento de Arguedas, que -no olvidemos que es uno de los mayores novelistas de la América Latina-, enfrentará, de un lado, una corriente que estaría formada por Rulfo, Vallejo, García Márquez; y del otro, Cortázar, Carlos Fuentes, Vargas Llosa.
¿De qué se queja Arguedas?
"La última vez que vi a Carlos Fuentes lo encontré escribiendo como a un albañil que trabaja a destajo. Tenía que entregar la novela a plazo fijo. Almorzamos, rápido, en su casa. Él tenía que volver a la máquina. Dicen que eso mismo le sucedía a Balzac y a Dostoievski. Sí, pero como una desgracia, no como una conducta de la que se enorgullecieron. ¿Que acaso no hubieran escrito lo que escribieron, en otras circunstancias? Quién sabe. ¿Qué otra cosa iban a hacer con lo que tenían en el pecho? Perdonen, amigos Cortázar, Fuentes, tú mismo Mario (Vargas Llosa). Creo que estoy desvariando, pretendiendo lo mismo que ustedes, eso mismo contra lo que me siento irritado. Puede que ustedes no tengan mejor, o más y menos razón que yo. Hay escritores que empiezan a trabajar cuando la vida los apena no tan libremente llegado sino condicionado, y están ustedes, que son, podría decirse, más de oficio. Quizás mayor mérito tengan ustedes, pero, ¿no es natural que nos irritemos cuando alguien proclama que la profesionalización del novelista es un signo de progreso, de mayor perfección? Vallejo no era profesional, Neruda era profesional. Juan Rulfo no es profesional. ¿Es profesional García Márquez...? Molière era profesional, pero no Cervantes."
Y es que Arguedas, que escribe por goce y necesidad, no comprende que la burguesía despoja de su aureola al poeta para transformarlo en un asalariado. No entiende, no entenderá nunca la concepción de la literatura de Vargas Llosa. "El escritor debe trabajar como peón". Pero más allá no ha entendido que en la sociedad burguesa –a la que él transmite el soplo agónico de un mundo mágico–, "la única elección posible es escoger entre el aburguesamiento y –en caso de rechazo de la reflexión– la muerte (perpetrada por el grupo contra aquel que se excluye) o el suicidio" (Arnaud). Arguedas se mata.
Pero el problema no es padecer sino comprender. El Territorio Liberado de Literatura Latinoamericana es hoy escenario del conflicto de las cosmovisiones producidas por la guerra de clase y enfrentamientos de civilizaciones. Ariel Dorfman ha señalado que entre Arguedas y Vargas Llosa hay "dos modos radicalmente opuestos de ver el mundo: las dos cosmovisiones que en este momento se disputan el futuro cultural de América, los dialogantes en una conversación que es la esencia de nuestro continente". La cosmovisión de Arguedas propone la rebeldía, la comunicación con los hombres y el universo, la solidaridad y el combate, la épica. La de Vargas Llosa le opone el fracaso, la incomunicación, el individualismo, la soledad, el miserabilismo. Mejor no soñar, susurra Vargas Llosa. Arguedas, en cambio, sugiere que el hombre debe justamente soñar, puesto que a través de la imaginación original y originaria a través del acto poético que funde hombre con universo, puede salir del abismo de hiel, cada vez más hondo y extenso, donde ya no podrá llegar ninguna voz, ningún aliento del rumoroso mundo. Pero claro, Arguedas y Vargas Llosa sólo representan aquí dos corrientes, dos líneas ideológicas, dos dialogantes, dos protagonistas de una guerra ideológica: el enfrentamiento entre una concepción individualista y una concepción colectiva de la historia.
Literatura y Revolución
No hay sociedad sin arte. El Neanderthal se transforma en hombre cuando comienza a elevar monumentos funerarios hace aproximadamente cincuenta mil años. Desde entonces ha progresado a través de revoluciones técnicas y sociales. El arte es la expresión más alta, pero solo una de sus expresiones. El arte nace de una sociedad y no hay ubicación posible para una teoría de la Literatura sin referencia a la realidad histórica. Y esa realidad es hoy la revolución política. Si nuestras tesis son exactas, la Literatura de América –y esto contra la voluntad de algunos de sus protagonistas– ha jugado y juega un papel profundamente revolucionario. Un trabajo revolucionario que en ciertos momentos históricos coincide con el trabajo revolucionario social. Y la experiencia histórica nos obliga hoy a revisar las relaciones entre la Política y la Literatura: es decir, entre Estado y Arte. ("Puede ser que espiritual o temporal, tiránico o democrático, capitalista o socialista, nunca haya existido sino un Estado, el Estado perro que habla en humo y aullido." Niestzsche, Deleuze-Guattari). La revolución del arte es paralela a la revolución política. ¿Por qué sólo a la revolución política? ¿Por qué solo una revolución? ¿Por qué solo revoluciones exteriores si sabemos bien que las revoluciones exteriores están condenadas al fracaso sin las revoluciones interiores, sin la superación de la relación Amo-Esclavo, luminosamente esclarecida por Hegel? Y allí se levantan los formidables obstáculos erigidos por milenios de barbarie y oscuridad. Freud mostró los mecanismos de la Iglesia y el Ejército. Pero Francois Roustang ha probado que "Freud, que critica de modo radical los fundamentos de las dos sociedades típicas de nuestra civilización, no pudo, sin embargo, encontrar, un modo social diferente para instalar la revolución interior."
Pero eso nos lleva ya a la vasta perspectiva donde se ejercen no ya las guerras de liberación de pueblos o lenguas sino, para utilizar el verso de Lope de Vega, la mera "guerra civil de los nacidos".
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NOTAS
8. Essai d'analyse structural du Code Civil français. Arnaud
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