En 1502 se establece la censura absoluta
¿Qué quiere la Inquisición? Enumerar sus atrocidades es menos importante que descubrir su sentido. La Inquisición se propone detener el tiempo. Justo en el instante en que el Tiempo occidental se comienza a acelerar España se detiene. Todas sus fuerzas espirituales se consagrarán, se agotarán, en adelante en la demencial empresa de paralizar la historia. Así, una locura se sobre pone a otra locura. En España se aspira a paralizar el tiempo. En América el tiempo se ha vuelto loco.
¿Los indios tienen alma? ¿Son seres humanos o bestias parecidas a los hombres? Por encima del cinismo del encomendero ignaro y bestial, la interrogación es teológica, metafísica. Y la respuesta es el drama al que se enfrentan los sobrevivientes del Apocalipsis de la Conquista. Porque la historia que propone la Historia es insoportable. Si se puede, en última instancia aceptar el despojo absoluto en el tener es imposible aceptar el despojo del ser. Y aceptar esa Historia, la única Historia, es una herida metafísica insoportable: significa la desposesión, la pérdida de la identidad, la locura. Porque los muertos -aunque sean un quinto de la humanidad- son los muertos. "Los muertos se retiran del juego" (Hegel). El drama mayor no es el exterminio físico: es el saqueo metafísico de los sobrevivientes: su locura. Esa locura es el fondo del lecho por donde, en adelante correrá el angustioso río del ser americano.
¿Los indios tienen alma? ¿Son seres humanos o bestias parecidas a los hombres? Por encima del cinismo del encomendero ignaro y bestial, la interrogación es teológica, metafísica. Y la respuesta es el drama al que se enfrentan los sobrevivientes del Apocalipsis de la Conquista. Porque la historia que propone la Historia es insoportable. Si se puede, en última instancia aceptar el despojo absoluto en el tener es imposible aceptar el despojo del ser. Y aceptar esa Historia, la única Historia, es una herida metafísica insoportable: significa la desposesión, la pérdida de la identidad, la locura. Porque los muertos -aunque sean un quinto de la humanidad- son los muertos. "Los muertos se retiran del juego" (Hegel). El drama mayor no es el exterminio físico: es el saqueo metafísico de los sobrevivientes: su locura. Esa locura es el fondo del lecho por donde, en adelante correrá el angustioso río del ser americano.
¿Por qué el mito?
Para defenderse de esa locura, nace el mito. La pregunta por contestar en la literatura latinoamericana no es por qué sus grandes obras son míticas, sino por qué todas son míticas o propenden al mito (excepto las literaturas argentina, chilena y uruguaya, producto de circunstancias diferentes). La respuesta no puede encontrarse en la literatura: hay que interrogar la historia.
Los sobrevivientes del Apocalipsis de la Conquista se enfrentan a una historia que les discute la condición humana. En el famoso debate Las Casas-Sepúlveda, la discusión llega tan lejos que la argumentación de Sepúlveda, escrita en latín, no se traduce al español sino en (...). Y si en la práctica el Papa Pablo III zanja la polémica con la bula Sublimis Deus, en la práctica la discusión continúa (1). Para los sobrevivientes de la Conquista es imprescindible, es urgente refutar la Historia. ¿Es posible la refutación nacional? Ni intelectual ni políticamente son imaginables. Surge entonces la refutación mítica. Qué espectáculo conmovedor es mirar cómo, hacia 1600, del fondo de la desesperación metafísica absoluta, del extravío total de la identidad, surgen, en toda América, isócronamente, las mismas respuestas míticas. En México, en el Perú, en América Central brota el mismo mito redentor. ¿Qué postula? La impostura de la Conquista. La historia es falsa: los conquistadores no han descubierto América. Mil cuatrocientos años antes que el aventurero Cristóbal Colón que pretende "descubrirla", los Apóstoles de Cristo la recorrieron predicando la Palabra Divina. Tal es el verdadero, el subversivo contenido de libros que sólo hoy podemos entender. Por ejemplo, la Nueva crónica del Buen Gobierno, de Felipe Guaman Poma de Ayala, escrito hacia 1600: monumental y detalladísimo inventario de las instituciones incas. Pero es una obra que comienza con estas extrañas palabras: "El primero que descubrió este reino fue el apóstol de Jesucristo, San Bartolomé, quien saliendo de Jerusalem llegó a estas tierras en la época en que reinaba el Inca Sinchi Roca, regresándose después de haber visitado el Cusco y el Callao." No sólo eso; Guaman Poma de Ayala, descendiente de los reyes de Yarovilca, sostiene:
"Cuando Sinchi Roca alcanzó la edad de ochenta años, nacía Nuestro Señor Jesucristo, Salvador de este mundo que en vida subió a los cielos y envió al Espíritu Santo y a sus apóstoles para que pudiesen predicar en el mundo habiendo correspondido hacerlo al apóstol San Bartolomé en estas Indias por espacio de ciento quince años..."
Y ofrece "pruebas". El apóstol San Bartolomé bautizó al primer cristiano (Antonio) catorce siglos antes del pretendido "descubrimiento" de América. En memoria del acontecimiento plantó una cruz en Carabuco.
¿Delirio solitario o colectivo? Porque en México surge otra cabeza de la misma serpiente. Exactamente como los quechuas sostienen que el apóstol San Bartolomé predicó en el Cusco, los vencidos aztecas murmuran una herejía semejante: el apóstol Santo Tomás cristianizó México antes que llegaran los conquistadores. Más: en la antigüedad reinó en México un pontífice: el Papa Topiltzin. Jacques Lafaye ha inventariado el mito que nos trasmite el deslumbrante Manuscrito Tovar (2): "Hubo en esta tierra, en tiempo pasado, un hombre que según la relación que hay de él fue santísimo, tanto que aportó a esta tierra a anunciar el Santo Evangelio." El Manuscrito Tovar sostiene que no es imaginación: en México existe un cuero en el que constan "todos los milagros de nuestra fe". En él aparece este hombre que tiene tres nombres: Topiltzin, Quetzalcóatl o Papa, "con una tiara de tres coronas". Y así como en el Perú existe la cruz de Carabuco, un testigo –el sacerdote franciscano López Cogolludo– asegura que en el convento de Mérida existe un Cristo Crucificado anterior a la Conquista.
La necesidad de refutar la historia
¿Qué buscan estos mitos? Refutar la historia, discutir la historia, aniquilar la historia. Porque si San Bartolomé y Santo Tomás cristianizaron América antes que Colón "descubriera" América, entonces Colón es un impostor, y la Conquista una colosal impostura. Así, el mito comienza a roer, a deteriorar, a aniquilar a la historia: es la neblina que oculta la atrocidad del paisaje histórico. La lectura de Lévi-Strauss es justa: menos que un acontecimiento histórico ubicable en esa cronología, el mito intenta anular la historia de los historiadores. Para que la verdadera historia exista es necesario primero aniquilarla. Porque la historia no está ya ni en el pasado ni en el presente: estará ya en el futuro.
En 1502 se establece la censura absoluta. Pedro Henríquez Ureña escribe:
No hay razones "sicológicas" ni "sociológicas" para que en América no hayamos escrito novelas durante tres siglos, en que escribíamos profusamente versos, historia, libros de religión. La razón es de hecho, aunque raras veces se recuerde: en disposiciones legales de 1532 y 1543 se prohibió para todas las colonias la circulación de obras de imaginación pura, en prosa o en verso ("que ningún español o indio lea libros de romances que traten materias profanas y fabulosas, e historias fingidas, porque se siguen muchos inconvenientes"), y se ordenó que las autoridades no permitiesen o se trajeran de Europa.
Si Miguel de Cervantes hubiera logrado el permiso vanamente solicitado de viajar a América, nunca hubiera escrito, sin duda, el Quijote.
El mito, coraza (cáscara) del porvenir
Expulsados del tiempo y del espacio, los sobrevivientes de las culturas precolombinas se refugian en el único territorio posible: el mito. Porque un pueblo expulsado de la historia no puede retornar a la historia a través de la historia, sino a través del mito. El mito es la coraza que protegerá su ser desvalido: la cáscara que defenderá la pulpa de su futuro ser, la identidad que aguardan en el futuro. Porque en ciertos casos la historia de un pueblo no está en el ayer sino en el mañana. En América, el mito no es un solicitación literaria: es una imperiosa construcción histórica: una necesidad de existencia del ser: el esqueleto que sostendrá la carne de la Palabra recobrada.
No sólo el silencio: se instala el olvido. Agustín de Zárate, secretario del Real Consejo de Castilla, mandado al Perú en 1543, escribe
No pude en el Perú escribir ordenadamente esta relación, porque sólo haberla allá comenzado me hubiera de poner en peligro la vida. Un maestre de campo de Gonzalo Pizarro amenazaba con matar a cualquiera de ellos que escribiese sobre sus hechos, porque entendía que eran más dignos de la Ley del Olvido que de la memoria. (3)
El silencio impuesto por la Ley del Olvido durará trescientos años.
La Emancipación no modifica, o modifica apenas, las estructuras feudales, anacrónicas, injustas. El último virrey español firma la Capitulación de Ayacucho en 1824. Los conquistadores se van, pero la historia sigue ocupada. "Se puede hablar de lenguas ocupadas como se habla de países ocupados", observa Juan Goytisolo. La Inquisición se extingue oficialmente en 1836, pero la Real Academia Española ejerce impunemente su rol policíaco hasta las vísperas de la Guerra Civil Española.
Hay tal distancia entre la realidad y su expresión que la realidad es inexpresable. ¿Expresarla en español? Hacia mediados de Virreinato peruano el extravío cultural es tal que los primeros intelectuales criollos escriben en latín.
Hacia comienzos del siglo XIX, Humboldt, recorriendo Venezuela, tropieza con un caudillo. El caudillo, que escapa de la persecución del enemigo, sabe que cerca de su campamento pernocta el sabio: lo invita a compartir su silvestre hospitalidad: comparten comida y hoguera. El perseguido le cuenta su vida, parte de su vida: audacias, hazañas, triunfos que sólo admiten paralelo en La Ilíada. Humboldt escucha maravillado. Se separan al alba. Humboldt conservará siempre el recuerdo de la noche deslumbrante. Años después sabe que el perseguido ha publicado sus Memorias y se desespera por su lectura. Si un hombre perseguido, en la precariedad de un campamento, pronunció semejante relato, ¿qué Ilíada no habría compuesto? Lee el libro: la presunta Ilíada es un pedestre catálogo de obras administrativas. Humboldt escribe: "Qué lástima que el latinoamericano sea genial hablando y tan torpe escribiendo". ¿Puede ser de otro modo? La palabra latinoamericana es de una riqueza, de una fantasía, de una turbulencia, de un lujo tales que el español imperial –palabra de Otro– no puede, de ninguna manera, contener.
El idioma seguirá ocupado hasta la Guerra Civil Española.
El vacío de poder de la Guerra Civil Española
El imperialismo se ejerce a muchos niveles: nivel económico, nivel político, nivel religioso, nivel lingüístico. Por definición, las líneas de fuerza de un imperialismo no pueden interrumpirse, porque la interrupción crearía un vacío de poder que significaría su desaparición. Los vacíos de poder provocan siempre las revoluciones: Nuevos imperialismos suceden a los imperialismos desfallecientes. En las colonias españolas, el imperialismo inglés sucede al exhausto poder español, y cuando la Primera Guerra socava el poder inglés, aparece el imperialismo norteamericano.
La Guerra Civil Española crea un vacío de poder lingüístico. (Paradójicamente, y por primera vez desde el Siglo de Oro, la literatura española es brillante: Unamuno, Machado, Ortega y Gasset, Alberti, García Lorca, Juan Ramón Jiménez). Pero la guerra apaga la luz de una generación excepcional. La primera víctima será García Lorca. Pocos crímenes han estremecido tan dramáticamente las clases culturales de América Latina. Para los latinoamericanos, García Lorca no era un poeta: era el Poeta. Su asesinato se siente como un sacrilegio: desprestigia por anticipado y definitivamente el fascismo español. Pero la Guerra Civil es el prólogo de la Segunda Guerra Mundial, que interrumpe toda comunicación entre la metrópoli y sus colonias culturales. Y cuando la tragedia europea termina, las Naciones Unidas condenan al franquismo. Y si el repudio internacional provoca una reacción nacionalista paradójico en España, en América Latina el desprestigio del español oficial no sobrevivirá a la condena.
El decenio que sigue a la Segunda Guerra –escenario de las grandes guerras de liberación de Asia y África– será decisivo. Abandonada a su suerte, sin modelos culturales, libre de la opresión de jerarquías ultramarinas, de la tiranía de la Real Academia, a la lengua americana sólo le queda una posibilidad: asumirse. Una generación de escritores geniales derribará las murallas que separan a la realidad americana de su expresión: Carpentier, Asturias, Borges(4), José María Arguedas. No sólo ellos, claro. Hace una generación y más, los poetas asaltan la fortaleza lingüística tradicional: Rubén Darío, César Vallejo, Pablo Neruda han modificado, radicalmente, el sonido del español. Y paralelamente a los poetas, grandes Devoradores del Idioma, los novelistas han comenzado a tomar posesión de las Tinieblas Americanas. Güiraldes, Eustasio Rivera, Azuela, Martín Luis Guzmán, Horacio Quiroga, Ciro Alegría han comenzado a nombrar, es decir, a posesionarse de las misteriosas extensiones del continente. ¿Qué religión o qué filosofía no vincula nominación y existencia? Sólo nombrando, el Ser sale de las Tinieblas. Y nombrando, esos escritores, y otros, se posesionan de la pampa, la selva, las cordilleras, los colosales desiertos del continente vacío.
En 1949, Alejo Carpentier escribe el prólogo de El reino de este mundo: el manifiesto de la rebelión. Pronto será una guerra de liberación. En nombre de lo real maravilloso, Carpentier denuncia el realismo insuficiente, pobre, ineficaz. "Lo real maravilloso es patrimonio de la América entera", sostiene.
Pisaba yo una tierra donde millares de hombres ansiosos de libertad creyeron en los poderes licantrópicos de Mackandal, a punto de que esa fe colectiva produjera un milagro el día de su ejecución. Conocía ya la historia prodigiosa de Bouckman, el iniciado jamaiquino. Había estado en la Ciudadela La Ferriére, obra sin antecedentes arquitectónicos, únicamente anunciada por las Prisiones Imaginarias del Piranese. Había respirado la atmósfera creada por Henri Christophe, monarca de increíbles empeños, mucho más sorprendente que todos los reyes crueles inventados por los surrealistas, muy afectos a tiranías imaginarias, aunque no padecidas. A cada paso hallaba lo real maravilloso. Pero pensaba, además, que esa presencia y vigencia de lo real maravilloso no era privilegio único de Haití, sino patrimonio de la América entera, donde todavía no se ha terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías. Lo real maravilloso se encuentra a cada paso en las vidas de hombres que inscribieron fechas en la historia del Continente y dejaron apellidos aún llevados: desde los buscadores de la Fuente de la Eterna Juventud, de la áurea ciudad de Manoa, hasta ciertos rebeldes de la primera hora o ciertos héroes modernos de nuestras guerras de Independencia de tan mitológica traza, como la coronela Juana de Azurduy. Siempre me ha parecido significativo el hecho de que, en 1780, unos cuerdos españoles, salidos de Angostura, se lanzaron todavía a la busca de El Dorado, y que, en días de la Revolución Francesa –¡Vivan la Razón y el Ser Supremo!–, el compostelano Francisco Menéndez anduviera por tierras de Patagonia buscando la Ciudad Encantada de los Césares.
Sí, pero a condición de explicar que lo real maravilloso no es producto de la fantasía literaria, sino una construcción intelectual imprescindible provocada por un trauma histórico colosal. De otro modo, la literatura maravillosa, que es el esplendor y la gloria de la América Latina, propondría una visión peligrosamente ingenua o artificial. La literatura mítica de América es un momento clave de la marcha hacia la conciencia latinoamericana, o mejor dicho, de la América donde el tiempo se volvió loco.
Así se explica por qué la literatura rioplatense no engendra, no podrá engendrar lo real maravilloso. Son sociedades nacidas de aluviones de inmigrantes occidentales exentos de la dramática necesidad mítica, que acomete al resto del continente de orígenes indios, negros o chinos. La famosa frase "Los mexicanos descendían de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos de los barcos", es de doble sentido. Descender de los incas es ilustre pero también traumatizante, dramático, insoportable. El más miserable de los argentinos no necesita pruebas para demostrar que es un ser humano. Los descendientes de los mayas o de los incas, sí. Los Sábatos, los Borges, los Felisberto Hernández, los Cortázar instalan o destilan sus fantasías de lo imaginario de la cultura occidental. Los libros de Borges sólo tienen sentido en referencia a una cultura europea, y no es ningún azar si en su Libro de los seres imaginarios, Borges enumera todos los monstruos maravillosos de la literatura universal, desde el A Bao A Ru, el ave Roc, los animales soñados por Poe, (...), (...), el dragón, los (...). Pero omite, sistemática, pero significativamente, todos los ejemplares de la prodigiosa zoología maravillosa de las culturas americanas.(5)
El fracaso de las ideologías
En el decenio que sigue a la Segunda Guerra Mundial, una teoría de libros ilustres expulsa al ocupante de una lengua donde ya no tiene ubicación: así, la Literatura llega a ser el Primer Territorio Libre de América. ¿Por qué?
Porque la literatura es la única ideología concebida, reflexionada y creada aquí. Las ideologías políticas, religiosas, económicas, o el pensamiento científico –salvo excepciones– han sido pensadas por otros y fuera de América Latina: son trasplantes, mimetismos, calcos.(6) Las ideologías son reflexiones sobre los hechos, pero cuando los hechos son ajenos, la ideología es ajena. Ese es nuestro drama: haber forzado a la realidad a introducirse en esquemas teóricos nacidos de otras realidades. Ideológicamente, América Latina es parásita: vive de préstamos. La ideología de izquierda o derecha no nacen del examen de nuestra realidad: son modelos extranjeros adoptados sin discusión intelectual. Y peor: las ideologías nos impiden descubrir la realidad. Estrada Cabrera, el zoológico dictador de Guatemala, que inspiró El señor Presidente, pretendía, como todos los gobernantes, ser un hombre de cultura. Se consideraba émulo de Pericles. Para demostrarlo mandó erigir un Templo a Minerva ante el que se oficiaban fiestas a las que era obligación asistir vestidos a la griega. ¡Sangrienta farsa celebrada cerca de las ruinas de los grandiosos templos mayas entregados a la hierba! Así, grotescamente ataviados de falsos clámides ante falsos templos de dioses falsos oficia la imitación ideológica. Lo dramático: las circunstancias históricas en que padece entonces el intelectual latinoamericano lo obliga a participar en la farsa. Muchos grandes poetas de América, el mismo Rubén Darío –económicamente sostenido por el dictador– no puede evadir la obligación de participar en los dementes festivales. Para ellas, Darío escribe su hermosísima Pallas Athenea:
Y tal sigue su culto ocultohasta que a través del tumultode los siglos, su fuente abrevaalmas nuevas en tierra nueva,cuando el conjuro de un varóntodo energía y reflexión,el templo minervino elevaque simboliza y que renuevael recuerdo del Partenón.Aquí reapareció la austera,la gran Minerva luminosa;su diestra algo la diosa apteray movió el gesto de la diosala mano de Estrada Cabrera.
Pero Rubén Darío sabía bien que quien movía realmente la mano de Estrada Cabrera era el imperialismo americano. Incomparablemente lo diría en su canto a Teodoro Rossevelt.
La literatura puede ser hija de la realidad
La Literatura, en cambio, nace de la hirviente realidad. En ese sentido, es el único sector de la ideología latinoamericana que refleja hechos: no se alimenta con imágenes de hechos deformados por la presbicia de imágenes culturales colonizadas.
Pero hay más: la literatura trabaja con los sueños. Hegel dice que "la verdadera historia de un pueblo sería la suma de todos los sueños que ese pueblo ha soñado en una noche". Por eso es que su visión será siempre más profunda que la visión ideológica, que por definición excluye lo irracional, olvidando que "sólo en los sueños somos sinceros" (Nietszche). ¿Qué otra cosa que expresar las pesadillas de la terrible noche latinoamericana hace su literatura? Si mañana desapareciera el continente y como único testimonio de su existencia quedara su literatura, puede, a nuestros ojos, reconstruir lo que América Latina fue a través de su literatura. Y en ese sentido, mientras no se escriba otra, la verdadera Historia de América: única estructura en verdadera relación con la realidad.
A realidad delirante, expresión delirante
¿Cuál realidad? Hay, en tal sentido, que revisar las concepciones entre realidad y fantasía. Porque muchas veces la realidad es la irrealidad, y al revés, la irrealidad es la única realidad. El guatemalteco Manuel Valladares(7) narra un acontecimiento ocurrido en su país bajo la dictadura de Estrada Cabrera. Durante su gobierno, una plaga de langostas asoló el país ante la indiferencia del Gobierno. Escribe Valladares: "Nada se había hecho para acabar con el voraz acrídido, pero urgía ostentar el patriotismo del gobernante". Y así fue como, en el Mensaje ante la Asamblea (Legislativa) se afirmó que una mancha (de langostas) de regular extensión había invadido el país; pero que el Gobierno, con acertadas y rápidas disposiciones había acabado por completo con la plaga y salvado las cosechas. No hubo diputado que mostrara en el semblante el más complaciente asentimiento, por más que cosa distinta le constara; pero sí sobrevino el más aplastante mentís en los momentos mismos de la lectura de aquel, como todos, engañoso mensaje: como por mágica evocación penetraron al recinto mismo de la Asamblea millares de chaputines (langostas) desprendidas de banda tan densa que oscureció la luz del sol. ¿Y qué hace la Asamblea frente al desafío de un voto de aplauso al dictador por haber acabado con una plaga cuya presencia oscurecía el recinto? ¡Niega la realidad y aprueba el homenaje! La realidad se torna irreal. El lenguaje pierde su sentido, y la verdad se transforma en ficción y la ficción en verdad. La literatura fantástica es realismo y la literatura del Poder, fantasía. ¿Qué verdad hay hoy detrás de los Códigos, las Leyes y los Derechos Humanos? Y en ese sentido, no hay en América Latina libro de ficción más fantástico que la Constitución. En América Latina el delirio no está en la palabra: es la realidad. Y la literatura delirante es la única forma de asumirlo: su única posibilidad de salud, su curación, su conciencia, el único medio de recuperar la lucidez. Deleuze y Guattari tienen razón: intentar un psicoanálisis de la obra de arte es ocioso. "La obra de arte en sí es un psicoanálisis exitoso, una transferencia sublime plena de ejemplares posibilidades colectivas."
Continúa en la siguiente publicación.._____
NOTAS
1. Hace poco, una Corte Superior de Justicia de Colombia, absolvió a los masacradores de una comunidad indígena, aceptando el argumento del Fiscal: que los "indios no eran seres humanos".
2. Orígenes y creencias de los indios de México. Colección Obras representativas de la UNESCO.
3. Problema racial en la conquista española. Alejandro Lipschutz
4. Borges, políticamente reaccionario y oscurantista, paradójicamente es un revolucionario de la lengua, y llegará a sostener que el español es "un idioma pobre". Con Borges se cumple la paradoja del avaro, que creyendo acumular riqueza para sí solo, en realidad acumula capital para la sociedad. Su ideología escandalosamente reaccionaria no le impide a Borges atacar la estructura del poder lingüístico, último refugio del reaccionarismo que políticamente apoya. Lo que se comprende menos es la admiración beata, desprovista de crítica, que a Borges le tienen los "revolucionarios" políticos. Pero quizás eso sea la fascinación que la magia de la palabra ejerce sobre las mentalidades primitivas.
5. Borges, escritor colonial se titula un penetrante ensayo del profesor Césare Acutis, de la Universidad de Turín.
6. Helio Jaguaribe ha explicado brillantemente "por qué no se ha desarrollado la Ciencia en América Latina", en su Ciencia y tecnología en el contexto sociopolítico de América Latina.
7. Estudios históricos. Manuel Valladares
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